Uno de los conjuntos más emblemáticos del museo es: una cocina procedente de un palacio valenciano que describe, a través de la representación de animadas escenas de azulejería, en las que intervienen amos y criados, la vida doméstica de la segunda mitad del siglo XVIII.
Originalmente la cocina pertenecía a una de las muchas casas señoriales de la ciudad de Valencia. Derribada esta, tras la guerra civil fue comprada en el año 1941 por el estado e instalada en el museo. Su distribución es fiel a la primitiva y cuenta con mas de 1600 azulejos de un tamaño de 22×22 cm. Parte del muro frontal y derecho está revestido con azulejos industriales pintados en frío que simulan los originales.
Una Cocina Valenciana del Museo de las Artes Decorativas de Madrid
A finales del siglo XVI existía en Valencia una estable producción de azulejos de tipo renacentista pintados sobre esmalte blanco. Esta tradición debió contribuir al despegue comercial de un buen número de «fábricas» a partir del segundo cuarto del siglo XVIII que hicieron de la industria azulejera valenciana una actividad económico de primer orden. De sus hornos salió una ingente cantidad de azulejos decorados con un variado repertorio decorativo acorde con la estética rococó y neoclásica de la época, y que fue ron utilizados para cubrir todo tipo de obra interior y exterior: zócalos, solerías, contrahuellas de escaleras, entrevigadas, balcones, paneles decorativas, vio crucis callejeros, señalización urbana, etc Quizá la producción más destacada y particular fueron los paramentos y paneles decorados con escenas y objetos de cocina a modo de sugerentes trompontojos.
Su decoración forma un conjunto homogéneo, pero cada uno de sus cuatro muros está tratado de manera individualizada: las paredes contienen escenas
con desarrollo narrativo dispuestas a la altura de los ojos del espectador, y sobre ellos se dispone otra franja más amplia con numerosos objetos y alimentos. La pared está reservada para la representación de la preparación y el almacenaje de alimentos en dos zonas diferenciadas, una con un fogón y otra con unos vasares o repisas de obra. Finalmente, en la pared sobre el pozo se representa una imagen de la Virgen del Carmen con el Niño repartiendo escapularios de lo orden camelita a los almos salidas del Purgatorio; y a un lado de la estantería de madero empotrada vemos un gato que ha hurtado un pescado de un lebrillo y otro que trata de lamer la sangre de un cordero recién sacrificado. Encuadrando los bajos de la cocina se disponen unos historiados motivos ornamentales formados por flores, frutas, pájaros y tritones sobre unas volutas que se rematan formando rocallas, cordones o incluso dos sirenas con alas. «Enmarca» todo el conjunto, junto al techo y el suelo de los cuatro muros, una cinta entrelazada con tallos ondulados de los que nacen hojas, flores y diveos frutos
Dice la tradición que la virgen promete liberar del purgatorio a todas las almas que han llevado su escapulario durante su vida y llevarlos al cielo el sábado posterior a su muerte.
En realidad se trata de una habitación, procedente de una casa de Valencia, alicatada hasta el techo con ladrillos de época que constituye una de las manifestaciones más importantes del patrimonio decorativo de finales del siglo VVIII. Entre 1940 y 1942, el museo construyó una habitación exprofeso, para albergar esta colección que se conoce como “la cocina valenciana”.
El 14 de junio de 1941 se dio entrada en el Museo Nacional de Artes Decorativas a una carta fechada en Madrid el día 6 del mismo mes en la que daño Benardina Mansó Llanees manifestaba que en su cosa de «la calle Mar n.18, bajo» de Valencia, era «propietaria de la ornamentación cerámica de una cocina popular antigua que consto de alrededor de 600 azulejos». Estimaba que «su valor artístico es grande» y la ofrecía en venta al Estado español por lo cantidad de 25.000 pesetas, ya que «sería de gran interés para montarla [sic] completo en el Museo Nacional de Arte Decorativa». Por desgracia no hace ningún comentario sobre cómo había llegado esta cocina y el edifico que lo contenía o su propiedad, ni tampoco las razones que la llevaban o desprenderse de ella.
A pesar del esquematismo en la pincelada, la mayoría de los objetos y alimentos representados muestran una gran variedad y naturalismo: colgados de clavos y ganchos pintados, sin distribución aparente pero bien ordenados e individualizados, aparecen por toda la cocina aves (gallos, pavos, patos, perdices, codornices y becadas), mamíferos (conejos y corderos), pescados (un os en lebrillos para ser limpiados y otros colgados para ser cocinados o para conservar), verduras, hutas y hortalizas de todo tipo, y también alimentos elaborados o en conserva como bacalaos en salazón y embutidos (jamones, morcones, salchichones y embutidos).
Estos víveres se alternan con todo tipo de utensilios usados en una cocina: en la zona del fogón se concentran los objetos relacionados con el fuego, ya seo para la iluminación6 (velas, velón, despabiladeras y candiles de garabato) o para cocinar un fuelle, una chocolatera y un anafre o anafe/ con una sartén en la que se están friendo unos pescados), así como los pertrechos que debían permanecer a la mano del cocinero: cazos, sartenes, cucharas, cucharones, morteros, aceiteras, vinagreras, una parrilla, una tabla para cortar, etc.
Por el resto de la cocina se distribuyen también otros enseres del ajuar doméstico como por ejemplo calderos, peroles, braseros, badilas, trébedes, tenazas, anafres, cuchillos, almireces, candeleros, palmatorias, etc.
No es una cocina al uso, más bien podríamos nombrarla como ‘re-cocina’ o un espacio de ‘office’, cuya función no es la típica de una cocina de preparación de alimentos para la supervivencia, sino de un espacio de preparación de alimentos ya cocinados en otro lugar (con toda seguridad otro espacio de cocina de la casa) y que en este espacio se terminaban de preparar y se disponían para el agasajo en una fiesta social. Por tanto se trata de un espacio de representación, propio de la parte pública o semi-pública de la casa, lo que justifica la riqueza de su decoración para la época. Esta re-cocina, procedente de
Valencia, se erige como una única pieza en sí misma de carácter muy envolvente que aporta mucha información sobre la sociedad de finales del siglo XVIII, las costumbres de la época, la moda, la alimentación, la jerarquía social y demás detalles de manera que se instaura como documento primario de múltiples lecturas.
Los azulejos entre los vasares de obra están decorados con unos capiteles corintios unidos por guirnaldas de flores simulando soportar las repisas, que quedan «vacías» para poder disponer objetos reales en ellas.
En la estantería superior aparecen representados sobre una idea de suelo algunas piezas que servían para contener alimentos o bebidas: un enhiador de corcho, un cesto con brevas, una caracolera o una anguilera de cerámica cubierta con una bandeja de loza blanca que soporta unas empanados o artaletes ( «Empanadilla o pastelillo que se cuece sobre un papel, compuesto de carne picada, regularmente de ave, o ternera, con dulce, y o veces con manjar blanco. Es voz tomada del Francés Tortellete, que significa lo mismo» (Diccionario Autoridades, V2 6, NTLLE ). , y unas orzas y compoteras tapadas con lienzos y en los que figura la inscripción sobre su contenido: «Aceitunas sevillanas», «Almíbar» y «Confitura de Beniganim».
El almíbar o sirope, por su sencillez, es uno de los postres y edulcorantes más antiguos, además de una forma de conservación de frutas y dulces que debía elaborase en todos los hogares de manera regular. Se trata de una disolución sobresaturada de agua y azúcar que se cuece hasta que comienza a espesar; su resistencia depende de lo cantidad de azúcar y del tiempo de cocción, siendo la base de mermeladas y confituras como el Arrop i tallaetes o taulletas (arrope y rodajitas) se conocía en el siglo XVIII como confitura de Benigánim, por la fama que gozaba la que se elaboraba en esta localidad del Valle de Albaida, y consistia en un sirope muy oscuroa partir del mosto concentrado de una uva muy dulce al que se le añadía cal para neutralizar la acidez tras la cocción, se le incorporaban trozos (tallaetes) de frutos y hortalizas como calabaza, ciruelo, melón, melocotón o de la porte blanco de la sandía, que debían
habor sido sumergidos durante la noche anterior en agua con cal para mejorar su textura.
Gracias a estos azulejos podemos observar que la distribución y equipamiento de lo cocina de uno casa principal no sufrió muchas variaciones en siglos, puesto que son similares a las que aparecen en pinturas, grabados y dibujos de España, Francia y Holanda desde el siglo XVII hasta el XIX. También nos ayudan o conocer la finalidad de ciertos objetos que han desaparecido o han cambiado de uso, como por ejemplo las salvillas con pie, que se empleaban para presentar objetos en la mesa, no como fruteros o las bandejas, sobre los que se servían «cosas menudas y sueltas como dulces secos, bizcochos, pañuelos, guantes y otras especies de no mucho peso y volumen»
Se puede considerar que lo imagen que decora la pared con el ama de llavez, es la principal de la cocina, tanto por su tamaño como porque sería lo primera que veía el visitante que accediera por lo puerta exterior de lo cocina (actual ventana); pero también porque en ella se ve o una dama con su perrilla falderal
supervisando el refresco que van o servir tres criados debidamente vestidos de libreo, y que hon preparado los dos cocineros junto al fogón, todas ellas vestidas al modo de la época . Cierra la composición a la derecha de la señora uno esclava negra con una escoba en lo mano, quizá como imagen de prestigio social y económico.
Por refresco se conocía el «alimento moderado, o reparo que se tamo para fortalecerse y continuar en el trabajo, ó fatiga», pero también al «agasajo de bebidas, dulces y chocolate, que se da en los visitas, y otras concurrencias», siendo el agasajo el «refresco que se sirve por lo tarde». Se realizaba con cualquier motivo (bodas, bautizos, comuniones, nacimientos, etc.), o sin uno razón aparente, pues era un momento de sociabilización y de diversión que además de comida y bebida podía incluir bailes y juegos. Aunque se podía convertir en una cena con varios platos, lo habitual es que se tratara de uno merienda compuesta par bebidas de todo tipo y numerosos dulces y postres, destacando entre ellos el chocolate, «alimento favorito de las españoles dos veces al día y que se tiene tan benéfico o o al menos por ton inocuo que no se les niega ni siquiera a los moribundos»
A la derecha, una cocinera tiene a uno de lo sirvientes una bandeja con jícaras de chocolate sobre mancerinas; a sus pies se puede ver una horchatera de corcho con su cucharón; el primer camarero lleva una salvilla de plata con vasos de cristal que contienen sorbetes o espumas de sabores; y el del medio carga con uno bandeja con unos bollos o panecillos redondos (eran muy comunes los bollets de boniato), unos dulces alargados que pueden ser turrón o cualquier tipo de bizcocho o barquillo para mojar, y unas tortas o cocas que, por su aspecto agrietado y terroso, pueden recordar a los tortas de anís de la comarca del Vinalopó conocidas como Perusas de Pinoso, por ser éste el pueblo donde se crearon en el siglo XVIII.
En la escena del último paramenta aparentemente se desarrolla como anécdota al margen del servicia de refresco, y también aparece de alguna manera en otras cocinas de la misma época: un personaje masculino, el «mandadero», regresa del mercado con dos capazos repleto de productos de la huerta y la Albufera valenciana (anguilas, alcachofas, cebolletas, limones, etc.), y es recibido (y reprendido) por una figura femenina con vestimenta más cuidada que las cocineras y criadas, y de un tamaño ligeramente mayor, que ejercería las funciones de mayordomo de la casa o al menos en la cocina. La escena se completa con otra sirvienta que parece volverse alarmada por la regañina mientras manipula una enfriadera.
El colorido y el estilo de la decoración de la cocina del MNAD se puede relacionar con los de la casa señorial del marqués de Benicarló, Joaquin Miquel, comprada en 1776 a la fábrica de Alejandro Fauré de la calle Mossen Fremades de Valencia, y algunos de los motivos se repiten en las dos, como por ejemplo la espetera con cucharas, las chocolateras o los capazos. Sin embargo esto no es definitivo para establecer como procedencia de ambas obras el mismo taller, porque en casi todos los ejemplos conservados de chopados de azulejos encontramos correspondencias de este tipo, lo que ha llevado a pensar que quizá las fábricas de azulejos de Valencia compusieran sus obras a partir de dibujos para estarcidos similares. Lo mismo ocurre en las figuras humanas, que presentan semejantes proporciones, el mismo rostro e incluso las mismas prendas de indumentaria variando sólo el color, el peinado, la
pose, etc
Los más de 1.500 azulejos que la componen, tienen representadas varias escenas, objetos y elementos decorativos a lo largo de toda su extensión. Estos espacios de recocinado son prototípicos de esta zona geográfica, existen existiendo constancia de restos similares en otras casa valencianas de la misma época, uno de los más significativos sería el de la Casa Miquel en Benicarló, o restos de otros ejemplares recogidos en el Museo de Cerámica de Barcelona o en el Muso Nacional de la Cerámica de Valencia. La profusión de este tipo de manifestaciones, con algunos paralelos históricos en el resto de Europa, se concentran a finales del siglo XVIII, y muestran un sistema de producción artesanal sobre una base ‘proto-industrial’.
En la escena principal se presenta una de las tradiciones más populares de la época en Valencia, que recibía el nombre de refresco o agasajo. En estas reuniones, normalmente las damas se congregaban para deleitarse con una gran variedad de alimentos dulces y ácidos, fríos y calientes, con el chocolate como estrella principal. Además de las figuras humanas aparecen representados diversos objetos de cocina como alcuzas, aceiteras, enfriadores, chocolateras, candelabros de aceite o Candil caracoleras, y una gran cantidad de animales tanto vivos (como por ejemplo, gatos y perros) como muertos (perdices, pavos, corderos) además de algunos alimentos preparados como morcones, confituras, turrones y alfeñiques, helados o espumas.
A modo de resumen, podríamos comentar que la gente que lo visita se siente atraída más por los objetos representados, decoraciones y los gatos, pero no por el papel de estos últimos en la cocina sino más bien por si eran comestibles o no en la época y por si el maltrato animal era algo frecuente. Los criados tampoco han captado la atención del público especialmente, pasando desapercibidas sus funciones, su rica vestimenta y lo que están sirviendo: turrones y chocolates principalmente. Si bien es cierto que las espumas y helados que carga uno de los criados consiguen suscitar el interés de algunos visitantes, sobre todo por no saber qué son, el resto de los alimentos sobre las bandejas y los sirvientes en sí mismos pasan desapercibidos.
Resulta sorprendente además, el hecho de que por encima de la figura de la esclava negra o la señora de la casa, el personaje que más capta el interés del visitante es el mandadero. Una de las escenas controvertidas se encuentra en el diálogo del mandadero con el ama de llaves; si bien nos encontramos en una escena de tres donde la clave reside en la tercera persona (la chica del enfriador) los visitantes en general sí comprenden la escena a pesar de la expectativa negativa que se tuvo a la hora de pensar el ítem concreto que trata ese tema. Es decir, sabemos que entre el mandadero y el ama de llaves se produce un diálogo más bien con tintes de enfado porque la chica situada a la izquierda de ambos los mira con cara de desconcierto. A pesar de que nuestro
pensamiento era que la mayor parte del público contestaría que mantienen “un diálogo amable”, más de la mitad de la muestra interpretó correctamente la escena.
Del mismo modo, pensamos que la figura de la criada negra captaría la atención del público por encima de otros personajes, y lo que nos encontramos es que no llama en demasía la atención. Muchos visitantes hablan de “esclava negra”, lo cuál nos llevaría a una interesante reflexión sobre el concepto de “esclavitud” en “las Españas” de la época. Algunos visitantes se preguntan por lo habitual que era tener o no criados negros en esta época, pero no resulta por lo general un personaje muy llamativo para el público. Además se le otorga un papel igual que al resto de criadas o cocineras, sin hacer muchas distinciones cuando por norma, en esta época poseer un criado negro era un signo de influencia y riqueza; y éstos llevaban a cabo muy a menudo las tareas
más desagradecidas de la casa. En el ejemplo de abajo podemos ver otro de los datossorprendentes que encajan con lo anterior, y es que llama más la atención el gato chupando la sangre que la propia imagen religiosa, hecho que sorprendió a todos.
En general suelen reconocerse bien los roles de los personajes representados, pero el ama de llaves y la señora de la casa a veces cambian los papeles para el visitante y ambas pueden ser el ama de llaves y la señora de la casa. Otra teoría errónea importante es que la cocina, como espacio de trabajo debía estar situada cerca de las habitaciones de los sirvientes, o incluso aislada de la casa para no molestar con los olores o en el sótano, para evitar los mismos inconvenientes. Asimismo, se considera que la figura religiosa está representada por la devoción del servicio y por eso se representaba en sus espacios de trabajo. Además a pesar de la significación del agasajo, de lo que representa y de la cultura en torno a los dulces aparecen muy poco representados entre las respuestas, y se piensa en general que la dieta era casi exclusivamente proteica. Otro de los errores más comunes es el confundir objetos por su funcionalidad, como por ejemplo la horchatera que es constantemente confundida con la chocolatera.
No hay información disponible para contextualizar la cocina valenciana dentro de su época y ese hecho se ve reflejado en los datos, pues no queda claro ni antes ni después de qué época es la cocina exactamente, y una de las posibles explicaciones es que no hay información comparable y contrastable.
El uso de la cocina
Un conjunto como esto cocina, con un repertorio narrativo y unos motivos estilística y compositivamente tan homogéneos, debió de encargase para un espacio determinada con unas medidas concretas. Además, la ausencia de interrupciones en las hiladas de los ángulos y en la cinta decorativa que recorre toda la estancia en la parte superior e inferior, difícilmente se habría respetado si se hubiese cambiado de ubicación. Todo ella permite suponer que esta cocina se conservó en su lugar de origen desde su realización en el último cuarto del siglo XVIII (h. 1780) hasta su venta en 1941.P0r esto razón es interesante el análisis de las fotografías de la cocina que envió doña Bernardina Mansó junto con su oferta de venta. En ellas se puede apreciar la semejanza en la disposición de los muras y de los vasares, el techa encalado con vigas de madera y la ubicación del fogón baja una amplia campana; pera también se ven importantes diferencias:
_ El fogón contaba con dos hogares redondas en lugar de tres cuadrados, y formaba parte de una encimera que recorría todo el muro bajo los vasares y que se continuaba en la pared derecha con el pozo y un fregadero.
_ El frontal bajo el fogón se componía de dos sencillas puertas de madera sin decoración separadas por las mismos paneles de azulejas que ahora componen el fogón pero colocados de manera distinta: el panel lateral con un edificio estaba en el centro, entre ambas puertas, y el que tiene un personaje oriental que parece beber de una bota se encontraba en el ángulo derecha junta al pozo.
_ En ese mismo muro, el hueco que ahora ocupa la estantería de madera era una ventana.
El gran ventanal de la sala actual, por su tamaño y por estar enfrente de la escena principal, debía de ser la puerta de entrada a la cocina desde el exterior, probablemente desde un patio interior. la otra puerta comunicaría con el resto de la casa.
El pozo estaba tapado con una puerta de madera can bisagras de hierra, y sobre él se ve una palea sujetada por un brazo de hierro incrustado en lo pared (en la actualidad aún se pueden apreciar sobre la imagen de la Virgen del Carmen varios huecos en el paramento de azulejos donde estuvo encastrada
esta polea).
_ El llagado entre azulejos era más ancho e interrumpía el dibujo de los motivos decorativos, por lo que se pueden apreciar repintes para sustituir estas
faltas en los bordes de prácticamente todos las azulejos.
El suelo era también de sencillas losetas de barro rojizo pero intercalada con olambrillas blancas y decoradas de manera aleatoria.
Aunque parece aceptado por los especialistas que estas cocinas de azulejos no se usaban para cocinas de estas fotografías también se puede deducir que la del MNAD se puso en uso en algún momento, ya que contaba tanto con suministro eléctrico (se ven varios cables colgando del techo y una bombilla dentro de la campana), como de abastecimiento de agua a través de unos tubos que, desde el ángulo sobre la puerta pequeña y el dintel de la principal, terminaban en sendos grifos sobre el fogón y el fregadero respectivamente (el poza estaría ya en desuso). En lo que se refiere al fogón, aunque a la largo del siglo XVII se habían desarrollado sistemas que facilitaban la realización del trabajo de manera erguida, el que tenía esta cocina en 1941 era una modificación posterior, ya que interrumpía los motivos del ángulo y estaba forrado con azulejos de la misma época pero con un repertorio decorativo de «chinería» dentro de rocallas que no guarda relación con el resto. También era un añadido la campana que había sobre él, ya que según se aprecia en las citadas fotografías y en la reconstrucción actual en el MNAD, claramente trunca la decoración en las paredes. El fregadero bajo la ventana fue una incorporación posterior, así como la encimera corrida, que es un invento contemporáneo
El espacio que quedaba oculto por estas estructuras y que en la instalación de la cocina en el MNAD fue cubierto por unas hiladas de azulejos repintados, quizá estuvo cubierto por un friso decorativo con azulejos de serie de manera similar a la composición de la cocina del marqués de Benicarló, quedando los objetos representados sobre una idea de suelo de perfil ondulado, un recurso muy utilizado en los repertorios decorativos de las fábricas de azulejas valencianas.
No obstante, no habría que descartar la posibilidad de que existiese algún tipo de paya o repisa bajo los alimentos y objetos pintados que sirviera de «soporte» directo para alguna de ellas, como por ejemplo el lebrillo con pescados junto a la puerta principal (el tajo también es un repinte posterior). Si ese fuera el caso, la presencia de este tipo de estructuras podría ahondar en que efectivamente estas cocinas no se usaban para el servicio diaria de una casa, ya que a diferencia de la costumbre actual, las repisas sólo se utilizarían para colocar el ajuar de cocina (a modo de vasares), nunca para preparar alimentos. Según el recetario del cocinero de Felipe III, Francisca Martínez Mantiño (Madrid, 1611), uno de los más importantes y que seguía vigente en el sigla XVIII tras numerosas reediciones, las cocinas estaban equipadas con mesas, tableros y tajos de distintos tamaños colocados contra las paredes o en el centro de la estancia, permitiendo desenvoltura en los cocineros y versatilidad en el trabajo, y sólo hace referencia a «una tabla, que estará colgada de unos clavos de palo torneados (. ), para cedacil y estameñas». En la zona del fogón quizá existiese algún tipo de fuente de calor con una salida de humos, ya fuesen de carácter decorativo o funcionales, puesto que el interior de la campana no está cubierto en su totalidad (como si fuese a quedar acuito al visitante), y en las zonas visibles aparecen representados utensilios relacionadas con el fuego: anafres, parrillas, sartenes, candiles, lámparas, despabiladeras, etc
Si no se usaban para cocinar, al menos en el caso de la cocina del MNAD, es probable que fuese una estancia de recepción en lo que se realizaban «refrescos» y «agasajos» con un grupo de invitados más bien reducido. Por tanto, si era uno solo de carácter público o semipúblico en los que los señores de lo casa buscaban la belleza y lo ostentación ante sus invitados, puede llamar la atención del visitante contemporáneo que contaron con el equipamiento propio de una cocina de verdad y que estuviesen decorados tanto con objetos ordinarios en trampantojo como con escenas que ahora calificaríamos de» costumbristas».
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La Cocina Valenciana del Museo de las Artes Decorativas de Madrid Una relectura a través de la tecnología de Realidad Aumentada
Equipo técnico del Museo Nacional de Artes Decorativas