Joaquín Sorolla y Vicente Blasco Ibáñez son dos de las figuras más emblemáticas de la València de finales del siglo XIX y principios del XX. Ambos fueron creadores que alcanzaron un gran éxito en su tiempo y han dejado una huella imborrable en la historia del arte y la literatura española.
Blasco Ibáñez fue un novelista, periodista, político y agitador social que triunfó en todo el mundo con sus obras, adquiriendo una fama y fortuna que generó envidia en la generación del 98. Su estilo naturalista le permitió describir la miseria de las clases sociales bajas, el abuso de los poderosos, la convulsión de una España en declive, la religiosidad paralizante, y creó una corriente política, el «blasquismo», cuyas secuelas aún perduran en nuestro tiempo.
Por su parte, Sorolla fue un maestro del impresionismo y el luminismo que capturó mejor que ningún otro pintor de su tiempo el efecto de la luz en el mar, en los rostros, en los cuerpos, en los objetos, de una València sometida a los temores de tiempos oscuros. Sus obras son de las más cotizadas internacionalmente y es considerado uno de los grandes maestros de la pintura española.
A pesar de sus diferencias en personalidad y moral privada, Blasco Ibáñez y Sorolla mantuvieron una amistad que se prolongó a lo largo de su vida, y que fue el reflejo de la complicidad y el respeto mutuo que se profesaban. En las pocas misivas que se han conservado de su correspondencia se puede confirmar la admiración que se declaraban mutuamente.
Aunque hubo un cierto deterioro de la amistad hacia el final de la primera década del siglo XX, cuando ambos triunfaban en EE.UU., la admiración y el respeto se mantuvo hasta el final de sus vidas. Tras la muerte de Sorolla, Blasco Ibáñez escribió sobre su amigo en una de sus novelas, y la redacción del periódico que él mismo fundó, El Pueblo, protagonizó un enfrentamiento con las autoridades valencianas por el protocolo a seguir en el funeral de Sorolla.
El tiempo y la memoria han sido más justos con Sorolla que con Blasco Ibáñez. Aunque ambos formaron parte de una misma ciudad, de un mismo tiempo, y ambos lograron un éxito sin precedentes en otros creadores, la obra de Sorolla es cada vez más valorada mientras que la de Blasco Ibáñez ha envejecido mal, a excepción de sus obras de temática valenciana como La Barraca o Cañas y barro.
En definitiva, la amistad entre Joaquín Sorolla y Vicente Blasco Ibáñez es un ejemplo de la complicidad y el respeto que se pueden tener dos grandes creadores que, aunque diferentes en personalidad y moral privada, compartían una pasión por su arte y un amor por su ciudad y su tiempo. Ambos alcanzaron la inmortalidad en una València que iniciaba un nuevo siglo.