José Aparicio Pérez| «Día veintiuno de julio de 1931, cinco minutos antes de dejar el trabajo para la comida, el obrero Vicente Espí, descubrió una bellísima escultura de bronce representada por un guerrero a caballo. Se halló a 48 centímetros de profundidad, en el departamento 218, junto a la pared que lo separa de la habitación 219». Esta minuciosidad en la descripción de un hallazgo se debe a la personalidad de D. Mariano Jornet Perales, al frente de las excavaciones que por aquel entonces realizaba el SIP de la Diputación Provincial de Valencia en el poblado ibérico de la Bastida de les Alcuses de Mogente, motivo por el cual también se le conoce como Guerrer de Moixent.
Esta figurita, labrada en bronce pleno, representa a un guerrero, jinete sobre su caballo, en un estilo muy del gusto actual, que llama la atención, que atrae en general, de ahí su fama que ha trascendido nuestras fronteras. Pero, ¿se trata de una obra de arte, un objeto meramente decorativo, o tenía una finalidad votiva y religiosa?, preguntas todas que se hicieron desde el momento de su descubrimiento y que mantienen toda su vigencia.
Se descubrió en lo que los arqueólogos llamamos un poblado, es decir una ciudad de la época, a la que se le ha calculado unos mil habitantes y unas doscientas o doscientas cincuenta viviendas, es decir casas, en lo alto de un cerro a unos setecientos catorce metros de altura sobre el nivel del mar y rodeadas de una sólida muralla. Hacia el año cuatrocientos antes de Cristo estaba en plena actividad y vida, es decir a principios del siglo V, pero hacia finales del mismo fue destruida violentamente, desapareciendo sus habitantes, la ciudad fue arrasada y así quedó hasta el año 1931, ¡casi dos mil años y medio después!
Bastida, nombre actual del yacimiento arqueológico, es un nombre genérico, significa fortaleza y se aplica a cualquier lugar fortificado. El nombre en la antigüedad no lo conocemos, porque cuando se describe en un documento latino la ruta Roma- Cádiz, la autopista de la época, la ciudad ya era una ruina y la carretera no pasaba por allí, aunque muy próxima y mencionando los lugares destacados por los que pasaba.
Sus habitantes, iberi o iberos, como les llamaban los navegantes mediterráneos, griegos y fenicios, vivían de la agricultura y ganadería y tenían especial predilección por el caballo, venerado en algún santuario. Aunque eran labradores fundamentalmente, tenían armas para defenderse, sables o falcatas, lanzas, puñales, escudos, y se enterraban con ello.
Es rarísimo encontrar objetos religiosos o artísticos entre las ruinas ibéricas, donde lo que suele aparecer son los objetos habituales del vivir cotidiano, cerámica, herramientas en hierro y bronce, objetos del vestido y del adorno, etc. De ahí lo extraordinario del hallazgo.
Pero es que, además, no tiene paralelos, y mucho menos dentro de las fronteras ibéricas, entre el Ebro y el Segura (*).
En terrenos de la Turdetania, actual Andalucía, abundantes figuritas de bronce se encontraron en los santuarios en cueva de Despeñaperros, pero ninguna como la nuestra, además de que era un lugar religioso.
En el territorio valenciano, núcleo del iberismo, donde se manifiesta con mayor pureza, no se han encontrado santuarios de esta naturaleza. En las cuevas se practicaba culto a dioses subterráneos y se ofrecían «dones» en vasos de terracota, de cerámica, que podían hacer de lamparitas de aceite, también exvotos de cerámica, que aparecen con exclusividad en el santuario al aire libre de La Serreta de Alcoy.
No parece, pues, un objeto religioso. No tiene, tampoco, mucha justificación como objeto de adorno, aunque por el lugar del hallazgo, en el interior de una casa ibérica, junto a los objetos de uso cotidiano, diario, permite suponer esta finalidad. En todo caso su valor artístico es incuestionable, independientemente de su dedicación.
El ejemplar original se puede admirar hoy en la Diputación Provincial de Valencia, en su Centro Cultural La Beneficencia, y reproducciones del mismo, excelentes, aumentando veinte veces su tamaño original, se pueden admirar tanto a la entrada de Mogente, como en la propia Bastida o, incluso, en el jardín del antiguo hospital general, junto a la ermita de Santa Lucía, en la propia ciudad de Valencia, resultando un poco extraño que nadie haya pensado colocar otro en algún patio del propio Centro Cultural La Beneficencia, donde sería admirado por miles de visitantes.
(*). Nota del Autor: con posterioridad se han encontrado figuras parecidas que han precisado su uso. ESTA CONTINUA SIENDO LA DE MEJOR FACTURA