La Libertad, en España, cuesta sangre, sudor y muchas lágrimas
José María Llanos. Doctor en Derecho de la Universidad de Valencia.
Hace unos días, un buen amigo me contaba muy triste y preocupado, que a su hijo le hacían bullying en la escuela. Era un acoso, un maltrato escolar vertical, es decir, no entre compañeros sino del profesor hacia el alumno. Y ese bullying tenía que ver con varias circunstancias: el niño daba un nivel muy por encima de lo normal, con lo que –en teoría- el profesor tenía que trabajar “un poquito más” más para incentivar y motivar al alumno –en una clase de 7 alumnos tampoco iba a suponer un gran trabajo para el docente, digo yo-; el profesor veía que este alumno no aceptaba alegremente el continuo adoctrinamiento marxista del profesor -¡a niños de 11 ó 12 años!-, y su cansino discurso ideológico en todas sus clases; los padres del niño no comulgaban con la “Biblia” comunista que el profesor impartía en la escuela, y eso le molestaba mucho; etc.
Realmente es muy preocupante esta actitud, y provoca una tristeza difícil de remediar, porque estas personas tienen “en sus manos” a nuestros hijos durante días, semanas, meses y años. Los padres tienen el derecho y la obligación de cuidar y educar integralmente a sus hijos, pero los profesores pasan con ellos un tiempo considerable, y en unas etapas en las que los menores son verdaderas esponjas de enseñanzas y conocimientos. Y si esos conocimientos se circunscriben al “pensamiento único”, ¡apaga y vámonos!.
Siempre he creído que la educación es esencial en el hombre; estoy convencido de que somos fruto en gran medida de nuestras experiencias y de nuestro ambiente: familia, amigos, profesores, ciudad, tiempo vivido, etc.; pero la formación que hemos recibido nos construye también por dentro, y forma parte de nuestra estructura como seres humanos, seres pensantes, que actúan según decisiones tomadas con un criterio formado y propio. Sin embargo, si quienes nos han de enseñar “datos, contenidos”, pero sobre todo, nos han de enseñar “a pensar, a discernir, a dudar, a cuestionar, a fomentar nuestro espíritu crítico”, se dedican a proporcionarnos información lineal, sesgada, unidireccional, entonces en lugar de formar personas, están construyendo un ejército de masas corpóreas que sólo van a reaccionar ante la voz de su amo.
Y lo más triste es que lo hacen los mismos que enarbolan de vez en cuando la bandera de la libertad; pero una libertad mentirosa, una libertad falseada, una libertad violentada. Son los que hablan de democracia hasta que llegan al poder; son los que hablan de diferencia de criterio, hasta que imponen el suyo, que se convierte en el único “democrático”; son los que no aceptan la discrepancia, porque han convertido su “ideología” en una religión civil, que todos debemos de profesar; y son también quienes manipulan la historia para justificar sus ataques a la libertad verdadera: la de pensar. Decía Stuart Mill que “el genio sólo puede respirar libremente en una atmósfera de libertad”.
Por eso atacan la civilización occidental, fundada en el cristianismo -y que ha fomentado el conocimiento-, y defienden otras religiones que afrentan a los derechos humanos; y lo hacen sencillamente porque han iniciado una “guerra contra el hombre, una guerra contra la razón”. Lo hacen porque un hombre que piensa, un hombre que es verdaderamente libre, es un peligro constante frente al adoctrinamiento. Estos secuestradores del pensamiento, son discípulos aventajados de un sola idea, que además quieren imponer a los demás. Tenía gran razón Santo Tomas cuando nos enseñaba que “hay que temer al hombre de un solo libro”; de igual modo que hay que temer al que impone su razón, y piensa –o finge pensar-, que nunca se equivoca. Nuestro Juan Luis Vives ya nos enseñó que “propio de todo hombre es el errar. Pero de nadie, sino del necio, el mantenerse en el error”.